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martes, 29 de julio de 2025

ANTIBIÓTICOS Y CONSERVACIÓN, UNA CRISIS SILENCIOSA

A principios del siglo XXI, nuestra comprensión sobre la degradación ambiental estaba condicionada, esencialmente, por la deforestación, el aumento del dióxido de carbono y los residuos plásticos, estas eran las principales cicatrices visibles y cuantificables de la modernidad y el progreso.

Pero dos nuevos estudios científicos revelan una crisis diferente y más silenciosa, una que se despliega no en el cielo ni en la copa de los árboles de las selvas tropicales, sino en el agua bajo nuestros puentes y en los ríos que antaño formaron las arterias de las civilizaciones.

La crisis no proviene de derrames de petróleo ni de tintes industriales, sino de algo mucho más íntimo: las pastillas y otros medicamentos que tragamos.

Uno de los estudios es el resultado del trabajo de tres investigadores de la Universidad McGill de Montreal. La investigación traza una realidad alarmante, más de 8.500 toneladas de antibióticos, todos consumidos por los seres humanos, se vierten en los ríos del mundo cada año. Incluso después de contabilizar el tratamiento y la descomposición de los residuos, más de 3.000 toneladas siguen llegando a los océanos o se hunden en las cuencas fluviales continentales. Esta cifra excluye las fuentes de origen veterinario e industrial, lo que significa que el total real es significativamente mucho mayor.


Estos antibióticos no desaparecen sin más. Persisten, transformando la vida microbiana de las aguas, promoviendo la resistencia y ejerciendo presión toxicológica sobre todos los organismos acuáticos. La cifra de 6 millones de kilómetros de ríos en todo el mundo que superan actualmente los umbrales de seguridad por sus altas concentraciones de antibióticos, es asombrosa y provoca a la vez sorpresa y temor.


Casi un tercio de los antibióticos consumidos terminan en los ríos


Además, el problema no se limita a las zonas industriales de centro Europa o América del Norte, como pudiéramos imaginar, no, el problema es global, con un riesgo especialmente grave en el Sudeste Asiático, el África subsahariana y amplias zonas de América del Sur.

Por tanto, las implicaciones son multidimensionales. La toxicidad ecológica es solo el comienzo de una serie de problemas. Quizás el más alarmante sea la perspectiva de la resistencia a los antimicrobianos (RAM), un término que debería resonar en nuestros oídos con la misma alarma que la "crisis climática", si las tendencias actuales continúan, las infecciones bacterianas resistentes podrían convertirse en la principal causa de muerte a nivel mundial para 2050.

Pero esta historia no se limita únicamente a las estadísticas de mortalidad en un próximo futuro. También trata sobre cómo la alteración de la química del agua transforma el comportamiento y la biología de los seres vivos.

Aquí es donde el segundo estudio ofrece un complemento extraordinario. Un equipo de investigadores de todo el mundo, se propuso analizar los efectos de los residuos farmacéuticos psicoactivos en la migración fluvial-marítima del salmón del Atlántico en el río Dal, en Suecia. 

Su método fue muy riguroso, implantaron durante la fase migratoria inicial de los salmones jóvenes, dosis bajas de clobazam, una benzodiazepina comúnmente recetada para los trastornos de ansiedad. Luego siguieron su migración a través de presas y embalses hasta el mar Báltico.

Los resultados son fascinantes e inquietantes a la vez. Los peces expuestos al clobazam atravesaron las presas hidroeléctricas con mayor rapidez y tuvieron mayor probabilidad de completar su migración. En términos ecológicos, el fármaco los hizo más audaces, más rápidos y, posiblemente, a corto plazo, más exitosos. En términos humanos, podríamos decir que los peces estaban "menos ansiosos".

Pero esta no es una simple historia de bienestar producido por la mejora farmacológica. El clobazam también alteró el comportamiento de los bancos de peces, las formaciones grupales compactas que brindan seguridad frente a los depredadores. Ante una amenaza, los salmones expuestos a este fármaco se mostraron menos cohesionados, más erráticos y vulnerables. En un laboratorio, este hecho es una curiosidad conductual. En la naturaleza, puede ser la diferencia entre la vida o la muerte.


Estos resultados plantean preguntas inquietantes. Desconocemos qué sucede en el comportamiento de los salmones que llegan al mar con clobazam, ni cómo su neuroquímica alterada puede afectar a su navegación, reproducción o supervivencia. Tampoco sabemos qué efectos produce la exposición prolongada a antidepresivos, opioides o residuos de antibióticos en la base de la cadena alimentaria, en organismos como las algas, el plancton y las bacterias. 

Lo que sí sabemos es que estas sustancias químicas están presentes a nivel global, son persistentes y, a menudo, están diseñadas para actuar en concentraciones mínimas sobre las vías neurobiológicas.

Existe una triste ironía en todo esto. Los productos farmacéuticos se encuentran entre los productos más regulados por diferentes instituciones de la sociedad humana. Se prueban, se ensayan, se examinan y se controlan estrictamente y durante años antes de entrar en nuestros cuerpos. Sin embargo, una vez que salen sin metabolizar, vertidos en las alcantarillas o en los lixiviados de los vertederos, se vuelven prácticamente invisibles y sin supervisión. Pasan silenciosamente al medio ambiente, donde comienzan a modelar un mundo a su imagen, a su nueva imagen, un mundo nuevo.

Las cifras y las consecuencias son alarmantes. Más de 750 millones de personas viven actualmente a menos de 10 kilómetros de ríos donde las concentraciones de antibióticos superan los umbrales de seguridad. Muchas de ellas se encuentran en regiones donde las infraestructuras de tratamiento de aguas son deficientes o inexistentes.

Esto no es solo un problema ecológico, sino también de justicia ambiental. La prescripción excesiva de antibióticos en los países más ricos, el creciente consumo de antibióticos en el sur global y la falta de inversión en plantas de tratamiento de aguas residuales convergen para crear un círculo vicioso de contaminación a nivel planetario.

¿Qué significa vivir en un mundo donde los ríos contienen ahora rastros de todas nuestras enfermedades: antibióticos, antidepresivos, antipsicóticos, ansiolíticos? En las sociedades antiguas, los ríos eran sagrados. Eran la morada de los dioses, las fuentes de la fertilidad, los depósitos de la memoria y la sabiduría. Hoy, son algo completamente distinto, archivos de la patología humana, espejos de nuestra química interna.

Y, sin embargo, estas revelaciones exigen algo más que asombro o desesperación. Exigen un replanteamiento de la infraestructuras, de las políticas y la moral. Existen soluciones tecnológicas. Los tratamientos avanzados de aguas residuales pueden eliminar la mayoría de los productos farmacéuticos. Una mejor regulación puede controlar su uso excesivo. Pero todo esto requerirá inversión, voluntad política y, sobre todo, un cambio en nuestra forma de pensar sobre los límites entre nosotros y el medio ambiente que nos rodea. La separación entre ambos es ilusoria.


Lo que desechamos no desaparece. Regresa, alterado, más potente y, a menudo, con consecuencias desconocidas


La degradación ambiental y la historia de la humanidad son inseparables. Pero estos nuevos estudios lo que hacen es confirmar esta tesis pero a un detalle molecular. Los límites entre nuestros cuerpos y la biosfera son más porosos de lo que imaginábamos. Nuestros sistemas médicos, nuestros hábitos de consumo y nuestra fe ciega en la química moderna ya no son asuntos privados, son universales, se extienden a los ríos, a los cerebros de los peces, a otros seres vivos y a los genomas microbianos.

Nos guste o no, estamos escribiendo un nuevo capítulo en la historia del planeta, uno en el que las aguas que una vez sustentaron la vida, la civilización y la cultura, ahora arrastran los residuos de su dañina degradación.

Los resultados de estos estudios no deben ser una llamada desesperada y sin solución. Son una llamada a reflexionar sobre las consecuencias sociales y ecológicas de nuestros comportamientos, de nuestra forma de interaccionar con la naturaleza. Ver con claridad es el primer paso para actuar con sabiduría. Los ríos y los mares hablan. La pregunta es si estamos dispuestos a escucharlos.


Más información:

Antibiotics in the global river system arising from human consumption


Pharmaceutical pollution influences river-to-sea migration in Atlantic salmon (Salmo salar)


César J. Pollo - 2025 © 

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